martes, 4 de diciembre de 2012

Amor de Madre


De niños creemos que mamá todo lo puede, que no siente cansancio, que no sufre… esa imagen que guardamos de ella con el tiempo no coincide con la que vemos cuando pasan los años… Entonces descubrimos que mamá también sufre, se cansa, está triste, no tiene fuerza, calla ocultando el dolor…

La vemos como un héroe sobrevivir a grandes tragedias, llevarnos de la mano conteniéndonos y mostrándonos la vida siempre del lado más bello…
De niños no entendemos sus lágrimas… de adultos nos preocupan… o no las comprendemos…
Así como nosotros necesitamos tantas veces de la protección de esos brazos fuertes, de la comprensión de nuestros gestos o de nuestros silencios, de nuestro dolor… ella también nos necesita…

Por eso debemos detenernos y observarla… abrazarla y hacer que sienta que estamos allí… que nos importa, que es valiosa… y de esta forma regresaremos a ella el más hermoso sentimiento que nos enseñó, el sentimiento que lleva paz y tranquilidad en los momentos difíciles de la vida, el que nos contiene, el que minimiza el dolor, el que nos hace luchar por nuestros sueños e ideales… pero por sobre todo nos enseña a dar sin pedir nada a cambio: El Amor.
Reflexión: Graciela Heger

Hay una Mujer

Que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.

Una mujer que siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.


Una mujer, que si es ignorante, descubre con más acierto los secretos de la vida que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños.

Una mujer, que siendo pobre se satisface con los que ama, y siendo rica daría con gusto sus tesoros por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.

Una mujer que siendo vigorosa, se estremece con el llanto de un niño, y siendo débil se reviste a veces con la bravura de un león.


Una mujer que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta daríamos todo lo que poseemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.

De esa mujer no me pidas el nombre, si no quieres que empape en lágrimas el pañuelo… esa mujer yo la vi por el camino.   ¡Es mi Madre!